Bansky. Bansky. Bansky. Una de las figuras más polémicas y afamadas del panorama del arte callejero actual. Desde su marcada simbología anticapitalista hasta la destrucción de su propia obra en una subasta, no ha dejado de cosechar pequeños logros desbloqueables en el juego de la prensa mediática. De origen británico y entrado ya en sus cuarenta, el anónimo Bansky se ha ganado el apelativo de héroe para muchos. Sin embargo, como toda figura conocida, no son pocas las voces que claman en su contra.
Probablemente se te vengan con facilidad a la cabeza los sectores más conservadores de la sociedad, concretamente ese familiar cuñado que daría cada una de sus cuerdas vocales por defender al amigo gallego multimillonario. Tales posiciones son más partícipes de verlo como un revolucionario que apenas se ha leído medio folleto del partido comunista de Islandia. Un alocado hombre que no ha sabido asimilar su ya madura edad y que se ha quedado mentalmente en sus radicales veinte. Un pintamonas que lo único que hace es llorar, como buen perroflauta que probablemente sea. Una suerte de Joker que lo único que quiere hacer con su arte es reventar el sistema y provocar por diversión, sin un fin político alguno.
Para este punto de vista, además de muchos más de los maravillosos apelativos señalados, resulta especialmente de peso el argumento de que se trata de grafiti. Así es, día de hoy sigue habiendo un estigma y un tabú cultural bastante grueso respecto al arte callejero a golpe de botón de spray. Probablemente el elemento que más apoye dicha generalización y repudio a la pintura urbana sea el acostumbrado vandalismo al que se le relaciona. A no ser que literalmente se viva en la cueva más recóndita del mundo, todo hijo de vecino tiene gravada en su retina esas firmas de colores y de distintas tipografías en todo tipo de muros. Meras combinaciones de letras que en la mayoría de los casos carece de valor artístico real y que casi se limita en un “El culo de Pepe estuvo aquí” simplón.
Más sin embargo sí existe una buena parte de este mundillo que se dedica al arte callejero de con una auténtica ambición de hacer arte como tal. Y no hace falta irse precisamente al ámbito internacional para mencionar nombres que deberían estar en boca de todos. Gente como Joseba Muruzábal, Pejac, Gonzalo Borondo, Cinta Vidal, Pichi & Avo o Enric Sant merecen bastante más casito respecto al que se les da.
Es a esta misma amplia gama de mentes creativas la que se acostumbra a meter en esa generalización basada en el asqueo ante el vandalismo urbano. De hecho, son no pocos nombres de esta rama (sumados a los del propio gremio de los writers) los que son especialmente críticos, más quejándose justamente de lo contrario que los compañeros haters conservadores; que Bansky es crítica social blanda.
El sistema de coger iconos de la cultura popular y hacer una especie de parodia de las mismas, es algo más que explotado en el mundillo del arte. Quizás se te venga a la mente cual rayo que surca el firmamento el nombre de Andy Warhol. Un problema grave de este tipo de arte es que cuanto más políticamente correcto o crítica rosa sea, más abre el apetito de los grandes mecenas y coleccionistas, granjeándote a su vez fama rápida. Ya no te digo cuando directamente usas uno de los muchos kinks favoritos de dichos filántropos, como es usar animales vivos para su propio ocio y ansias de pseudoculturetas. Oh, sí, mi ingenuo cruza-semáforos-en-rojo, el artista inglés ha usado en varias ocasiones animales pintados en sus exposiciones; desde cerdos, ovejas y vacas (Londres, 2003) hasta un elefante (Los Ángeles, 2006).

Probablemente (y casi dan ganas de meter la mano debajo de un meteorito recién impactado para jurarlo) Bansky se haya aprovechado de este “peligro”. Si bien es cierto que en sus inicios en los noventa comenzó como un grafitero más, sin mayores aspiraciones que la mera crítica, no tardó en convertirlo en una floreciente fuente de ingresos. Su primera exposición data en el 2002 en la ciudad de los Ángeles, la cual sería, sin duda, la primera de muchas, algunas de las cuales publicitaría de forma cuanto menos original, como es el caso del reparto de billetes falsos en el carnaval de Notting Hill de 2004, acompañados de la invitación a la exposición correspondiente. Qué chorprecha chorprechosa que esos billetes se revendieron por una media de doscientas libras cada uno. Semejante a lo que ocurrió con las entradas de su parque de atracciones Dismaland, cuyas simbólicas tres libras se revendieron rápidamente por mil, teniendo los empleados de las instalaciones comprobar que la persona se correspondía con la entrada comprada.
Como suceso polémico más reciente del autor, sin duda recordarás la destrucción parcial de la Niña con el globo en plena subasta y tras haber sido adjudicada. Según diversos tasadores y expertos en arte, tal acto no ha hecho más que revalorizar la obra. Y es que tampoco uno ha de sumergirse en la densa capa de polvo que reposa sobre artículos periodísticos manchados por la humedad para darse cuenta es un Joker con los colores del McDonald’s. Por dios, si hasta tiene una página web propia donde vender merchandising, por no mencionar las insanas sumas de dinero por las que se venden sus obras originales. Nombres como el de Christina Aguillera o Sergio Ramos son los que pueden presumir de tener en sus manos un bansky. Eso sí, cómo sea otra entidad quién se lucre de su arte, toma cólera como su segundo nombre. Tal fenómeno se dio en el agosto de 2018, cuando la Casa Central de Artistas de Moscú organizó una exposición de sus obras cuya entrada oscilaba de siete a dieciocho euros. Y si el fin no es el lucro, también le parece mal, como fue el caso de la exposición realizada por la compañía Sincura Group, en el 2014, quienes arrancaron varias obras de sus paredes originarias cuestionando la comercialización del arte urbano. En palabras del británico: “La exposición no tiene nada que ver conmigo y creo que es asqueroso que la gente vaya colgando arte en las paredes sin pedir permiso”. Hay que reírse un poquillo.

Y dirás: “Bueno ya, ¿no? Mira al pobriño, que lo tienes ensangrentado en el suelo.”
Verás, es que hay unos amigos que le quieren mandar cordiales saludos. Sólo un poquillo más.
Así es, como mencionaba antes, Bansky no se ha ganado pocos enemigos precisamente. Más allá de los detractores que le acusan de una ideología más propia del liberalismo post-moderno camuflado de supuesta concienciación, no son pocos los artistas suburbanos que han tenido sus más y sus menos con el presunto justiciero.
Nuestro querido protagonista empezó tan fuerte en el mundillo de la cultura del arte urbano que se las vio con King Robbo, una de las figuras más emblemáticas del grafiti en la capital inglesa en los ochenta y que fue una de los principales impulsores de este polémico arte. De aquellos jóvenes que, para enojo de las autoridades y repudio generalizado de la población, asaltaban los trenes por la noche a golpe de aerosol.
Ya retirado, a Robbo le presentaron al, por aquel entonces, novato Bansky con quien digamos que no acabó de congeniar de buenas a primeras. Aunque el segundo se haya dedicado a negarlo durante años, no son pocos los testimonios de que aquella noche le faltó al respeto al rey de los grafiteros, recibiendo el correspondiente guantazo por ello. Posteriormente a aquel suceso, una de las pinturas de Bansksy apareció a modo de parcheado sobre una de las más antiguas e icónicas de Robbo, pintura que databa de 1985. Y es que una de las escasas normas no escritas del arte callejero es no incorporar la obra de un artista ajeno a la tuya sin el previo permiso, por lo que el veterano se lo tomó ya como una afrenta personal; decidió regresar de su retiro y empezar lo que para muchos sería reconocida como una suerte de guerra. Aquí y allá aparecían obras de Bansky destrozadas por otros grafitis firmados con “TEAM ROBBO”. Ante este ataque no tardaron en responder los fans más condicionales del afectado, quienes en ocasiones arreglaban el grafiti estropeado y firmaban con mensajes de apoyo a Bansky.
La disputa duró hasta los dos miles, época donde nuestro protagonista abandonó la mera creación de arte como acto crítico con el sistema de la sociedad para además hacer negocio del mismo. Robbo no tardó demasiado en ingeniárselas para meterse a jugar en el mismo tablero donde se había lanzado Bansky, organizando su propia exposición en la misma galería donde su adversario se había dado a conocer al público general unos años antes. Más sin embargo dicha táctica no le fue demasiado fructífera. Para consternación de toda la escena del grafiti mundial, en 2011 Robbo apareció tumbado en medio de la calle con severas contusiones en la cabeza que lo dejaron en coma hasta 2014, cuando falleció. A poco de saber el suceso acontecido en 2011, su clásico rival rehízo aquel viejo grafiti que tanto conflicto había causado entre ambos hace años, sin color.

Por otro lado, a Bansky se le acusa de ausencia de originalidad y más concretamente, de plagio. Desde la rata hasta el uso de soldados y ancianos en muchas de sus plantillas más características, son elementos que se atribuyen en autoría original a Blek, artista parisino y padre del esténcil moderno, técnica usada también por Bansky. Este se inspiró en el marcado estilo neoyorquino de crítica de muchos de los artistas de sus calles como influencia clara en su arte. Lo que sin duda no esperaba es que un compañero de profesión de la isla anglosajona por excelencia se adueñase de sus elementos esenciales a la hora de crear. Ante tales acusaciones Bansky ha decidido obviarlas, más sin embargo se recoge en una entrevista de 2008 que él desconocía de la existencia siquiera de este artista y que hubiese sido tan asiduo en tales elementos previamente a él. De hecho, afirmó que le generaba admiración que este artista francés (de los pocos que no esconden su identidad) ya hubiese pensado sus mismas ideas veinte años antes. Meras coincidencias, por supuesto. Por su parte, Blek le Rat confesó ante Channel 4 que no le resultaba precisamente agradable que alguien se apropiase de sus ideas.
Sin duda Bansky ha entrado en una espiral que se aleja de forma inhóspita de lo que fue su pasado de joven antisistema y se acerca más a la figura de un empresario cuya búsqueda es el máximo beneficio, moviéndose en altos números. Gente como Ron English, quien compró una de sus obras para destrozarla a modo de protesta, lo único que hacen es engrosar la cartera del británico sin lograr nada con tal acto. Dudo bastante que Bansky quiera deshacerse de la fama que se granjeado y de la posición de la goza actualmente y, si fuera así, probablemente, en palabras del artista español Noaz, sólo podría desaparecer.